En torno a lo cotidiano

Ayer regresé de Guayaquil (resido en Salinas). Cómodamente, en dos horas se cubre este espacio. Amables lectores: visítennos, aprovechen la época, les digo el porqué. La naturaleza, la nuestra, este trozo de orbe que nos tocó en reparto, tiene una variedad de ropajes que los exhibe de acuerdo a las circunstancias. Esos ropajes están allí, no se los inventa, sencillamente es menester descubrirlos. ¿Quién lo hará? Pues nosotros, en caso de que nuestros ojos estén amaestrados para buscar esos entornos y contornos caprichosos normalmente ignorados por el común de los mortales, por aquellos que tienen prisa por vivir, por quienes un día fueron engullidos por el torbellino de triunfos y riquezas.

Aquellos países que son dueños de las cuatro estaciones viven otras experiencias, sensaciones múltiples de una gama enorme de diversidades. El español de Murcia, por ejemplo, espera la primavera para asistir al comienzo de la floración de sus frutales. El verano ardiente tiene otras sorpresas, pero en las tardes de octubre es posible sentir la tristeza de los árboles que pierden su follaje, cuando la vegetación empieza un letargo de tres meses. El invierno tiene sus fanáticos. Es un momento especial con muchas horas sin luz solar que obligan al humano a pensar y planificar sus vidas, a recluirse más tiempo bajo sus techos. El imán y hechizo de la nieve también congrega a todas las edades sobre esa gigantesca alfombra blanca. En estas tierras es imposible subirse al carro de la monotonía, la cambiante naturaleza se lo impide.

Los ecuatorianos y aquellos países que comparten nuestra ubicación geográfica hemos sido dotados de una monotonía asombrosa con un clima benigno que cambia de cara por momentos pero que jamás pierde su permanente buen humor creando un espacio idóneo para nacer, crecer, desarrollarse y morir. Somos así porque así nos hizo la naturaleza, nada más; envidiados por unos, compadecidos por otros. No quiero abundar sobre las cuatro estaciones; sí pretendo unos cuantos renglones más para ponderar lo nuestro, para hablar bien de aquello que entusiasma a quienes optan por vivir en Ecuador; para demostrar –espero alcanzarlo– que la monotonía de nuestro clima, arriba mencionada, es menester entenderla de modo correcta, como un plus, jamás como una carencia.

Ecuador no cuenta con las clásicas cuatro estaciones, pero posee un clima por demás variado durante los doce meses del año; esto es posible debido a su ubicación geográfica que lo hace distinto de otros países con similares características. En un mismo día es posible bañarse en las pacíficas aguas de nuestro litoral y luego estar a los pies de nuestros nevados admirando su altura y belleza junto a nuestras cordilleras que sirven de poderosos hilos que uncen esos brotes volcánicos de la superficie en un gran rosario de sorpresas y deleites.

Con planificación, tiempo disponible y recursos, en un solo día podemos vivir esas estaciones que no poseemos, de una manera distinta, exótica, maravillosa. Ecuador es una sorpresa positiva para nuestros visitantes. Quizá, los de acá, nos hemos acostumbrado a lo maravilloso, que ya no le damos su verdadero valor. (O)

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