Gral. Eloy Alfaro
Revolucionario, militar y político nacido en Montecristi, provincia de Manabí, el 25 de junio de 1842, hijo del ciudadano republicano español Cap. Manuel Alfaro González y de la Sra. Natividad Delgado López.
Su educación fue muy modesta, y la recibió y terminó en su lugar natal, luego de lo cual se dedicó -aunque por poco tiempo- a diferentes actividades comerciales. “Durante su juventud se nutrió de doctrinas libertarias, de modo que al conocerse la noticia de que García Moreno proyectaba poner al Ecuador bajo la protección de una nación europea, se afilió de hecho a las filas liberales y se lanzó a la lucha armada”
(A. Pareja Diezcanseco.- Ecuador: Historia de la República, tomo IV, p. 39).
En 1865 y bajo inspiración del Gral. José María Urbina, organizó sus primeras guerrillas para combatir al gobierno de García Moreno, pero fue derrotado y debió fugar para poder salvar su vida.
Alfaro logró escapar a Panamá donde estableció su residencia, y en 1872 contrajo matrimonio con la Srta. Ana Paredes y Arosemena. Durante su permanencia en Centroamérica se dedicó nuevamente a las actividades comerciales importando y promocionando los sombreros de paja toquilla elaborados en Manabí, los que gracias a su esfuerzo lograron fama internacional, aunque fueron conocidos como “Sombreros de Panamá”.
Pudo así acumular una gran fortuna que puso a disposición de la causa revolucionaria. Por otra parte, protegió y apoyó -eficaz y económicamente- al notable escritor y filósofo ambateño Juan Montalvo, publicando en Panamá la primera edición de su célebre obra “Las Catilinarias”.
Volvió al Ecuador poco tiempo después del Asesinato de García Moreno ocurrido el 6 de agosto de 1875, e inmediatamente se dirigió al nuevo gobierno presidido por el Dr. Antonio Borrero solicitándole la convocatoria a una Convención Nacional. Al no ser aceptada su petición empezó a conspirar para fraguar una revolución que debía estallar el 5 de mayo de 1876, pero esta fue descubierta y tuvo que escapar nuevamente para evitar ser aprehendido.
Alfaro permaneció oculto durante cuatro meses, hasta que el Gral. Ignacio de Veintemilla se levantó en armas contra el gobierno. Volvió entonces a la lucha y bajo las órdenes del Gral. Urbina tuvo destacada participación en los combates deGalte y Los Molinos, en los que el triunfo de los revolucionarios sirvió para llevar al poder al Gral. Veintemilla.
Posteriormente y a causa de una publicación titulada “El Ejemplo es Oro”, que firmada por Montalvo llamaba la atención a las actuaciones de Veintemilla, éste desató una implacable persecución en contra de los liberales, por lo que fue capturado y mantenido en prisión durante largo tiempo, hasta finalmente ser desterrado a Centroamérica.
Allí permaneció varios años hasta que estalló en Esmeraldas la revolución del 6 de abril de 1882. Volvió entonces al Ecuador y luego de participar en algunas acciones de armas en que fue derrotado, tuvo que abandonar una vez más el país hasta el año siguiente en que regresó y fue proclamado Jefe Supremo de Esmeraldas y Manabí.
Durante la campaña de la “restauración” en contra de la segunda dictadura de Veintemilla, unió sus fuerzas a las del Gral. Francisco Javier Salazar que avanzaba desde la sierra hacia Guayaquil donde el dictador se había hecho fuerte, y luego de sitiar la ciudad asistió a todos los combates que culminaron el 9 de julio de 1883 cuando las fuerzas veintemillistas capitularon y el dictador huyó hacia el Perú.
Tres meses más tarde, la Asamblea Nacional Constituyente reunida en Quito -pese a estar conformada mayoritariamente por sus opositores políticos-, en acto de verdadera justicia le confirió el grado de General de la República.
El 18 de febrero de 1884 se inició en el Ecuador el período llamado delProgresismo, cuando el Dr. José María Plácido Caamaño -elegido por la Asamblea Constituyente- asumió la Presidencia de la República; pero cuando este -sin considerar que para su elección había contado con el respaldo de los liberales- adoptó una política garciana opuesta a los principios de la revolución, se produjo la indignada reacción de los liberales que inmediatamente comprometieron al Gral. Alfaro para que acaudille la oposición.
Comandó entonces una serie de conspiraciones y movimientos revolucionarios en las provincias de Manabí, Guayas y Los Ríos, donde se levantaron las famosas “montoneras” que fueron perseguidas con ferocidad y dureza por las fuerzas del gobierno.
Uno de los episodios culminantes de su campaña en contra del gobierno de Caamaño fue el célebre Combate Naval de Jaramijó librado entre el 5 y el 6 de diciembre de 1884, cuando a bordo del buque Alajuela enfrentó a las naves gobiernistas “9 de Julio” y “Huacho”.
Derrotado en desigual combate y después de ordenar que la nave sea incendiada para que no caiga en manos del enemigo, a pesar de no saber nadar se arrojó al mar aferrado a un barril, y luego de varias horas pudo al fin llegar a la playa, agotado por el terrible esfuerzo de mantenerse a flote. Inmediatamente tuvo que huir para evitar ser capturado por las fuerzas del gobierno.
“Escapó soportando grandes penalidades, pasando por Colombia hacia Panamá. Entonces el Ecuador se dio cuenta que Alfaro era un soñador y un héroe, y desde ese momento el alfarismo creció rápidamente en el país, aunque los conservadores intentaron desprestigiarle llamándole peyorativamente El General de las Derrotas”
(A. Pareja Diezcanseco.- Ecuador: Historia de la República).
Nuevamente perseguido, Alfaro se radicó en Panamá donde permaneció hasta 1888 en que finalizó el gobierno de Caamaño. Volvió entonces para participar en la lid electoral, pero a pesar de haber recibido el respaldo multitudinario de los pueblos de la costa y especialmente de Guayaquil, el triunfador fue el Dr. Antonio Flores Jijón, por lo que para evitar nuevas persecuciones por parte de los “progresistas”, partió de inmediato hacia los Estados Unidos pasando por varios países centroamericanos en los que tuvo la oportunidad de hacer amistad con notables personalidades como José Martí y Antonio Macedo, ideólogos y caudillos de la libertad de Cuba.
Durante todos estos años de destierros, gracias a sus luchas y pensamientos políticos Alfaro se convirtió en un indiscutible líder continental; tal fue así que los gobiernos de varios países centro y sur americanos reconocieron su inmensa estatura rindiéndole los máximos honores.
A principios de 1895, al denunciarse el asunto llamado La Venta de la Bandera, se desató contra el gobierno del Dr. Luis Cordero una reacción popular a través de diferentes movimientos armados suscitados en todo el país, que luego de la renuncia del presidente culminaron en Guayaquil -el 5 de junio- con el triunfo de la Revolución Liberal y su proclamación como Jefe Supremo de la República.
Al recibir en Managua -Nicaragua- la noticia del triunfo liberal y de su proclamación como Jefe Supremo, Alfaro envió al Sr. Ignacio Robles -Jefe Civil y Militar de Guayaquil- un expresivo cablegrama en el que, entre otras cosas, le dice: “Gloria a Dios y honra al pueblo ecuatoriano por su elevado civismo… el programa de mi gobierno será de reparación, nunca de venganza, nada de resentimientos… Dios y Libertad”
(El Telégrafo, junio 5/49, p. 14, R. Rites M.).
El texto de este corto telegrama refleja la grandeza espiritual de Alfaro, tantas veces denostado por la iglesia católica que lo llamaba ateo y comecuras.
Pocos días después -el 18 de junio- llegó a Guayaquil donde fue recibido apoteósicamente.
Al día siguiente asumió oficialmente la Jefatura Suprema de la República y conformó el primer gabinete liberal que estuvo integrado por Luis Felipe Carbo, a quien nombró Ministro de lo Interior, Relaciones Exteriores, Policía, Justicia, Instrucción Pública, Beneficencia y Negocios Eclesiásticos; Lizardo García, que fue designado Ministro de Hacienda, Crédito y Obras Públicas; y el , a quien nombró Ministro de Guerra y Marina.
Inmediatamente hizo un llamado a la paz y la concordia nacional, pero el Dr. Vicente Lucio Salazar -Encargado del Poder ante la renuncia del presidente Cordero- no hizo caso de sus requerimientos y por el contrario se preparó para enfrentar con las armas al movimiento liberal, encargando el mando del ejército al Gral. José María Sarasti, quien a más de su gran experiencia militar contaba con superiores recursos en armas y hombres.
A pesar de estar en desventaja, Alfaro avanzó con sus fuerzas hacia la sierra y venció a las gobiernistas en los célebres combates de Chimbo y Gatazo; pudo entonces entrar triunfalmente en Quito el 4 de septiembre de 1895, donde fue recibido entre aclamaciones por el pueblo y las personalidades más representativas de la ciudad.
Alfaro no era un guerrillero que simplemente luchaba en contra de los gobiernos establecidos: Alfaro era un hombre que conocía muy profundamente las necesidades del campesinado ecuatoriano tanto de la costa como de la sierra; lo comprendía, sabía de su sufrimiento y conocía sus aspiraciones de superación social y económica.
Sabía que para lograr su reivindicación era necesario implementar una redistribución más justa de la tierra y el pago de jornales que le permitieran a este una vida más digna; pero también sabía que para lograr su redención tendría que luchar y enfrentar los más poderosos intereses de quienes hasta entonces eran los usufructuarios del poder político y económico, sean estos conservadores o liberales.
Por eso su ideología no solo fue liberal: fue liberal-radical, y así se identificó.
El primer gobierno de Alfaro se desarrolló en dos etapas definidas muy claramente: La primera como Jefe Supremo, desde su proclamación en 1895 hasta que se reunió la Asamblea Constituyente en octubre de 1896; y la segunda como Presidente Constitucional elegido por dicha asamblea, y que se extendió desde el 17 de enero de 1897 hasta el 31 de agosto de 1901.
En los primeros días de su gobierno atendió personalmente a todas las personas que llegaban hasta él, especialmente a los pobres a quienes dedicaba algunas horas. Hombres, mujeres, ancianos, desvalidos, indios, enfermos, todos pedían verle y a todos recibió, menos a los borrachos. Odiaba la embriaguez como el peor de los hábitos. Sus amigos y colaboradores le hacían notar la pérdida de tiempo que eso significaba, pero él respondía: “Yo, para todo me alcanzo; no es ocupación despreciable enseñar a nuestros compatriotas infelices que todos tenemos iguales derechos. Quizás nunca hablaron con el presidente las personas que ahora se agolpan por hablarme”. Y daba por sí mismo y por medio de otros abundantes limosnas en dinero”
(Roberto Andrade.- Vida y Muerte de Eloy Alfaro).
Durante este mandato se preocupó de manera especial por la reorganización política del Estado. Impulsó y financió la construcción del ferrocarril Guayaquil-Quito y dictó los decretos por medio de los cuales se suprimió la tributación indígena. Decretó además la libertad de cultos, la libertad de prensa y la hermandad e igualdad de todos los ecuatorianos.
En lo político-militar tuvo que combatir a las fuerzas organizadas por el Dr. Vicente Lucio Salazar que, derrotadas y dispersas por todo el territorio ecuatoriano, continuaron asediando y procurando desestabilizar al gobierno: Ricardo Cornejo por el norte; Pedro Lizarzaburu, Melchor Costales y Pacífico Chiriboga por el centro; y los coroneles Antonio Vega Muñoz y Alberto Muñoz Vernaza por el sur, lo hostilizaron constantemente sin darle un solo minuto de reposo.
A todo esto se sumó la tenaz resistencia que le opusieron el clero y los obispos ecuatorianos acusándolo de ateo e invitando al pueblo católico a la rebelión. Sólo la sabia intervención del clérigo e historiador, Monseñor Federico González Suárez, logró poner fin a las diferencias entre la Iglesia y el gobierno.
Desarrolló también una intensa actividad destinada a mejorar la enseñanza pública, para lo cual estableció la educación laica creando en Quito el Instituto Nacional Mejía, el Instituto Normal Manuela Cañizares para mujeres y el Normal Juan Montalvo para varones; creó también el Conservatorio Nacional de Música, la Escuela de Bellas Artes, y por decreto del 11 de diciembre de 1899, el Colegio Militar que hoy lleva su nombre.
Antes de finalizar su mandato convocó a nuevas elecciones, pero basándose en la filosofía de que “No podemos perder con papelitos lo que hemos ganado con fusiles”, a pesar de las recomendaciones en contra respaldó la candidatura del Gral. Leonidas Plaza Gutiérrez para que éste ascienda al poder. Finalmente y a pesar de los problemas militares, políticos religiosos y sociales que debió enfrentar, su gobierno terminó, de acuerdo con la Constitución, el 31 de agosto de 1901.
Poco tiempo después surgió su distanciamiento con Plaza debido a varias circunstancias de orden ideológico y político, y sobre todo porque se había descubierto cierta relación que comprometía a Plaza con los conservadores; por estas razones Alfaro prefirió permanecer alejado de toda actividad política o militar, más aún cuando supo que Plaza había ordenado mantenerlo estrictamente vigilado.
Al finalizar su gobierno el Gral. Plaza convocó nuevamente a elecciones presidenciales, y sin considerar la opinión del Gral. Alfaro respaldó y llevó al poder al Sr. Lizardo García, quien asumió la primera magistratura del país el 1 de septiembre de 1905.
Sólo cuatro meses duró el gobierno del Sr. García, pues en la noche del 31 de diciembre, mientras en la casa presidencial se celebraba el advenimiento del nuevo año, el Gral. Emilio María Terán, jefe de la guarnición militar de Riobamba, envió un telegrama al presidente en los siguientes términos: “Sr. Lizardo García: Saludo a usted y le deseo un feliz año nuevo, comunicándole, a la vez, que la guarnición de Riobamba está a mis órdenes, porque acaba de proclamar Jefe Supremo de la Nación al señor general Eloy Alfaro”.
“La revolución encabezada por Alfaro desde Guayaquil, en donde se encontraba bajo vigilancia, era realidad. Muchas quejas tenía don Eloy contra su antiguo Ministro de Hacienda de 1895, entre otras, de haberle traicionado, de haber “pactado” con los conservadores, y sobre todo que el presidente, llevaba al derrotero de un fracaso irremediable la obra del ferrocarril del sur. Burlando la vigilancia de la policía de Guayaquil, marchó el Viejo Luchador a Riobamba donde se le había proclamado, el 1 de enero de 1906, Jefe Supremo de la República”
(E. Muñoz Borrero.- En el Palacio de Carondelet, p. 271).
Las fuerzas leales al gobierno intentaron sofocar el movimiento alfarista, pero unas pocas acciones militares libradas por el propio general, especialmente en los campos de Chasqui, acabaron con la resistencia gobiernista y le permitieron, el 17 de enero de 1906, entrar una vez más -aclamado y triunfante- en la ciudad de Quito.
A los pocos meses convocó a una nueva Asamblea Constituyente que se instaló en Quito el 10 de octubre de ese año. Esta asamblea expidió -el 23 de diciembre- la Constitución No. 12 de la República y lo eligió, ese mismo día, Presidente Constitucional para un segundo mandato.
Alfaro asumió el poder el 1 de enero de 1907, iniciando un período que se caracterizó por el intenso clima de agitación y violencia política que azotó al país. Es que, aunque la transformación política liberal ya se había cumplido en gran parte, la social se veía obstaculizada por las fuerzas económicas conservadoras y liberales, tanto de la costa como de la sierra, y por los terratenientes, especialmente de la sierra, que veían en las reformas alfaristas una grave amenaza para sus intereses.
Fue por eso que diariamente los principales periódicos -especialmente de Quito- se llenaban de ataques contra el gobierno, y obedeciendo a dichas consignas, el 23 de abril una enorme multitud acudió al palacio de gobierno para protestar ante el presidente por el indebido proceder de algunos altos militares. Dos meses más tarde, en Guayaquil, el 17 de julio estalló un violentísimo motín en el cual inclusive se intentó acabar con su vida. Afortunadamente el intento criminal fue descubierto a tiempo, y los principales cabecillas fueron capturados y fusilados.
1908 fue un año de relativa paz, y sus esfuerzos por unir la costa y la sierra se vieron premiados el 25 de junio, cuando en la estación de Chimbacalle el pueblo quiteño, entre vivas y aplausos al presidente, vio llegar por fin el primer tren a la ciudad de Quito.
A mediados de 1909 nuestro país vivió momentos de gran incertidumbre cuando se empezaron a producir presiones y roces internacionales relacionados con el problema limítrofe que el Ecuador mantenía -desde los primeros años de su vida republicana- con el vecino país del sur, los mismos que a principios de 1910 tomaron proporciones alarmantes.
Ante la presencia de tropas peruanas que amenazaban con mancillar el territorio nacional, Alfaro asumió personalmente el mando del ejército, y marchó hacia la frontera sur.
Mucho se ha repetido que el pueblo respondió a la voz de “Tumbes, Marañón o la Guerra”, pero lo cierto es que -para esa época-, Tumbes ya era territorio peruano y lo que es más, desde 1884 el Sr. Pedro Delgado desempeñaba en esa ciudad el cargo de Vicecónsul del Ecuador; en todo caso, en todas las ciudades se organizaron Juntas Patrióticas y los cuarteles se llenaron de jóvenes dispuestos ha defender las fronteras y el honor nacional.
La patria toda reaccionó indignada ante la felonía peruana, y el Ilmo. González Suárez, en esos momentos de terrible peligro, arengó a los soldados y al pueblo con su histórica proclama: “Si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca; pero no enredado en los hilos de la diplomacia, sino en el campo del honor, al aire libre, con el arma al brazo; no lo arrastrará a la guerra la codicia, sino el honor”.
Sólo la imponente presencia del Gral. Alfaro, y el coraje y determinación de los ecuatorianos, pudieron detener las aspiraciones expansionistas de los peruanos, pues en esa época, la única superioridad que tenía su ejército era numérica, y esa no era suficiente para frenar el valor y la bravura del soldado ecuatoriano.
Ese mismo año, con fecha 13 de abril, el Gral. Alfaro firmó el decreto por medio del cual se creó la Cruz Roja Ecuatoriana.
A mediados de 1911, considerando que el país había sufrido mucho con los gobiernos militares y, convencido que debía ser gobernado por un civil, al acercarse la fecha en que terminaría su mandato constitucional convocó a nuevas elecciones presidenciales y presentó para el caso la candidatura del Sr. Emilio Estrada, que como es lógico suponer resultó elegido.
Poco tiempo después Alfaro descubrió que Estrada sufría de una grave dolencia cardiaca que no le permitiría cumplir adecuadamente con sus funciones presidenciales, pues la altura de Quito y el tener que viajar constantemente a Guayaquil podrían afectarlo peligrosamente. Ante esta situación trató de que se excuse, pero éste supo afirmarse en sus propios atributos y, apoyado por sus coidearios y simpatizantes, se negó rotundamente a renunciar.
Este intento de Alfaro fue aprovechado por sus opositores para soliviantar y arengar al pueblo en su contra, provocando un levantamiento que culminó con su derrocamiento el 11 de agosto de 1911, cuando sólo faltaban veinte días para que cesara en sus funciones. Se asiló entonces en la legación de Chile donde firmó su renuncia antes de abandonar el país.
“El 11 de agosto de 1911 se iniciaría el comienzo del fin para el liberalismo radical. La errada elección del guayaquileño Estrada a la Presidencia de la República y el tardío arrepentimiento de Alfaro, fermentaron una situación preparada con gran antelación. El conservadorismo y el ala placista se fusionarían prácticamente a nombre de un falso constitucionalismo, creando las bases para la destrucción física de Alfaro y sus más estrechos seguidores”
(Roberto Andrade.- Historia del Ecuador, tomo I, p. 35).
Cuatro meses después de asumir el gobierno y tal como Alfaro lo temía, el presidente Estrada murió violentamente, víctima de un paro cardíaco que le sobrevino durante una visita a Guayaquil.
Inmediatamente asumió el mando de la República el Presidente del Senado, Dr. Carlos Freile Zaldumbide, y en la misma noche el Gral. Leonidas Plaza recorrió los cuarteles de Quito, acompañado del Ministro de Guerra, para asegurarse la lealtad de los mismos.
Esta actitud de Plaza ocasionó en la ciudadanía un gran malestar, que se agravó pocos días después cuando se publicó en Quito su candidatura presidencial. Inmediatamente varias ciudades reacciones en su contra, especialmente en Esmeraldas y Guayaquil, donde se proclamaron las jefaturas supremas de los generales Flavio Alfaro y Pedro J. Montero, respectivamente.
Ante esta situación la guerra civil pareció inevitable, por lo que los liberales llamaron a don Eloy, que se encontraba exiliado en Panamá, para que venga a tomar el mando de su ejército.
El viejo y cansado general llegó a Guayaquil el 4 de enero de 1912. Su arribo “conmocionó al país, todos se imaginaban que asumiría el mando y que, como en 1906, el ejército de todo el país se pasaría a su comando; mas Alfaro no asumió el mando, sino que se presentó como mediador, promoviendo un gobierno civil”
(Elías Muñoz Vicuña.- Los Generales No Corren, p. 58).
Un día después de su llegada y buscando el reencuentro y la paz del país, expuso un documento en el que entre otras cosas decía: “Hoy más que nunca deben posponerse las aspiraciones personales ante la necesidad de unificar la acción patriótica de cimentar la paz de la República… En el desgraciado caso de encenderse la guerra civil hasta el punto de ir a los campos de batalla, elementos le sobran para triunfar a la jefatura suprema proclamada en esta ciudad. Esto está en la conciencia pública, pero el patriotismo, la humanidad, el buen nombre de los ecuatorianos y los altos intereses del país, exigen que se procure a todo trance una solución pacífica a la par que decorosa para todos… Procedamos con la cordura que las circunstancias reclaman y no sólo daremos una prueba de civilización, sino que escribiremos una bella página en la historia ecuatoriana”.
La actitud mesurada y conciliadora de Alfaro no fue escuchada por Freile Zaldumbide, quien por alguna obscura razón puso al Gral. Leonidas Plaza al mando del Ejército Nacional para que enfrente de inmediato a los alfaristas.
Mientras el Viejo Luchador buscaba por todos los medios la forma de evitar las trágicas consecuencias de una nueva guerra civil, las tropas de Plaza avanzaban presurosas hacia la costa para iniciar la lucha, por lo que Montero y Flavio Alfaro tuvieron que salir a su encuentro para evitar que éstas lleguen a Guayaquil.
Los dos ejércitos se enfrentaron en los campos de Huigra, Naranjito y Yaguachi, donde en sangrientos combates -en los que ambos bandos lucharon con valor, coraje y heroísmo, dejando los campos de batalla cubiertos de sangre y gran número de muertos- las fuerzas alfaristas, al no poder resistir la inmensa superioridad del ejército regular, fueron finalmente derrotadas.
“Entonces, en plena derrota, con el ejército enemigo ya en Durán, frente al puerto, por un acto de ejemplar heroísmo y con el anhelo de lograr todavía un arreglo pacífico, Eloy Alfaro, el anciano fatigado de setenta años, aceptó la responsabilidad de ser designado director general de la guerra. Un ambicioso cualquiera hubiera tomado la única decisión lógica: Abandonar el campo y salir del país”
(A. Pareja Diezcanseco.- Ecuador: Historia de la República, tomo II, p. 213)
La paz se acordó el 22 de enero con la firma del Tratado de Durán, por medio del cual los gobiernistas garantizaban la vida y bienes de los generales vencidos y de todas las personas -civiles o militares- que hubiesen tomado parte en el movimiento revolucionario.
Al caer la tarde los generales alfaristas se retiraron a sus hogares en Guayaquil, situación que fue aprovechada por el Gral. Plaza para capturarlos uno a uno sin la menor resistencia. Consumada la traición se ordenó el enjuiciamiento militar del Gral. Montero, quien fue cobardemente asesinado durante el proceso, en la tarde del 25. Esa noche, de acuerdo a lo planeado, los otros prisioneros fueron llevados a Durán a bordo de una pequeña embarcación, y luego, en el mismo ferrocarril que Alfaro había construido con tanto sacrificio y esperanza, fueron enviados a Quito, al altar de la inmortalidad.
En las primeras horas del día siguiente el fúnebre convoy inició su macabro viaje; viaje que había sido cuidadosamente planeado para que el pueblo quiteño tuviera los ánimos exaltados en contra de los prisioneros.
Primero llegaron a Quito los soldados placistas con sus muertos y sus heridos, y luego, cerca del mediodía entraron los generales vencidos, y entre gritos, vejámenes e insultos proferidos por los cobardes, malandrines y asalariados de Freile Zaldumbide y su gobierno títere, fueron conducidos al Panóptico para ser encerrados en celdas individuales.
“El coronel Alejandro Sierra, con su batallón y más un piquete despachado por el Ministerio de Guerra, condujo a los presos hasta la penitenciaría misma. Los entregó al director contándolos: Uno, dos, tres, cuatro, cinco, y este último, Eloy Alfaro, seis.
A ese mismo coronel se le atribuyen estas palabras pronunciadas al salir, y dirigiéndose ya al populacho vociferante que llenaba el atrio del sombrío y pétreo edificio.
-Yo ya he cumplido con mi deber: lo demás es cuestión de ustedes”
(O. E. Reyes.- Breve Historia General del Ecuador, tomo II, p. 256)
Inmediatamente comenzó la sangrienta faena: La barbarie, el sadismo, el crimen y la venganza se dieron la mano con el pueblo quiteño en el horrendo festín, y juntos escribieron una de las páginas más vergonzosas de la historia del Ecuador. El pueblo, arengado por los politiqueros, gobernantes y oportunistas, asaltó el presidio e inició la inmolación de los mártires.
“A Eloy Alfaro, un desalmado cochero, después de ultrajarle con palabras soeces le descargó un garrotazo, tendiéndolo en el suelo y rematándolo después con un tiro de rifle, para luego ser precipitado por matones a la planta baja entre puntapiés y griterías”
(Jorge Pérez Concha.- Eloy Alfaro: Su Vida y su Obra, p. 425)
Uno a uno todos fueron asesinados, y sus cuerpos, mutilados y ensangrentados, precedidos por prostitutas, matarifes, clérigos y cocheros; fueron arrastrados por las calles de Quito hasta El Ejido. Ahí estaban, tomando parte del festín, José Cevallos, José Chulco, la Pacache, la Piedras Negras y Las Potrancas; los hampones y los canallas; mientras en algún oscuro rincón de la casa de gobierno, Carlos Freile Zaldumbide simulaba ignorar lo que estaba sucediendo.
“El espectáculo superó a las palabras. Sencillamente fue inenarrable, en el más auténtico sentido. Prostitutas y matarifes, hampones y chiquillos desaprensivos, mujeres sedientas de sangre y paroxismo iniciaron el itinerario que debía conducir los cadáveres a El Ejido para su incineración. Los orientadores, los impulsadores, los solemnizadores, no aparecieron en parte alguna. Tampoco asomaron los fieles servidores del régimen, los beneficiarios del crimen, los que imploraban justicia y los que pedían venganza. Menos aún aparecieron por allí los escritores de la oposición, los ideólogos, los malos consejeros de los vencidos. Lo que es más cruel, no apareció ningún defensor”
(G. Cevallos García.- Historia del Ecuador, tomo 2, p. 190).
“Cuando los despojos humanos de don Eloy y su plana mayor llegaron a El Ejido, el salvajismo y la barbarie adquirieron caracteres plásticos de una escena dantesca. Rociaron los cadáveres con gasolina y los incineraron mientras ese enjambre de rameras y gandules, danzaban grotescamente en torno de la pira en contorsiones hiperbólicas, que reflejaban instintos bestiales liberados en su primitivez repugnante”
(Carlos de la Torre Reyes.- La Espada Sin Mancha, p. 608)
Perpetrado el Asesinato de los Héroes Liberales, el pueblo, los homicidas, los gestores del crimen, todos se retiraron pacíficamente a sus casas como si nada hubiese pasado, mientras en El Ejido, los martirizados cuerpos eran consumidos por el fuego de La Hoguera Bárbara.
Fue el 28 de enero de 1912.
La inmolación de Alfaro, lejos de acabar con él, lo inmortalizó, y mientras sus asesinos se perdían en medio del anonimato y la vergüenza, su figura alcanzó proporciones gigantes que lo convirtieron en luz y guía patriótica de las generaciones que le sucedieron; tal fue así, que el 26 de septiembre del 2003, el Gobierno del Ecuador, mediante Decreto Ejecutivo, lo proclamó Héroe Nacional.