Atahualpa (Inca)

El último Inca y emperador del Tahuantinsuyo nació -según coinciden varios historiadores- en el año de 1498. Su padre fue el inca Huayna-Cápac y su madre -así lo afirma Pedro Cieza de León (1) -una india Quilaco llamadaTopapalla.

Al respecto de su lugar de nacimiento, también es preciso rescatar lo que el mismo Cieza de León dice en sus “Crónicas del Perú”: “...más adelante están los aposentos de Carangue, a donde algunos quisieron decir que nació Atabaliba, hijo de Guaynacapa, aunque su madre era natural de ese pueblo. Y cierto no es así, porque yo lo procuré con gran diligencia, y nació en el Cuzco Atabaliba, y lo demás es burla... Señora de Quito, para decir lo que era su madre, no había ninguna, porque los mismos ingas eran reyes y señores de Quito...”.

Desde niño el joven príncipe demostró poseer una gran inteligencia que le hizo gozar de la preferencia y el cariño de su padre. Huayna-Cápac no quiso separarlo de su lado, ni confiar su enseñanza a otros maestros, sino que él mismo, en persona, le dio lecciones de todas cuantas cosas constituían la educación de un príncipe, según las leyes, prácticas y costumbres de los soberanos del Cuzco; lo hacía comer en su mismo plato y se recreaba con las muestras de agudeza y de ingenio.

Al morir su padre en 1526 y no haber designado un sucesor, el destino del imperio debió decidirse entre los dos hermanos más poderosos: Huáscar, respaldado por un grupo muy amplio compuesto por las élites tradicionales del Cuzco y por los pueblos cañaris, y Atahualpa, que fue proclamado soberano por las fuerzas incas estacionadas en los territorios de Quito.

Dos años después y a consecuencia de esta situación, el imperio se había dividido en dos bandos: por un lado se encontraban los pueblos de lo que hoy es el sur del Ecuador y la costa norte del Perú, que se decidieron por Huáscar; y por otro los del altiplano central y norteño del Ecuador y la costa central del Perú que respaldaron a Atahualpa.

Estalló entonces la guerra entre los dos hermanos.

Puesto en armas, Atahualpa avanzó hasta tierras de Cañar y durante algún tiempo residió en Tomebamba, donde fue hecho prisionero víctima de una emboscada preparada por enviados de Huáscar en complicidad con los cañaris.

“Fugóse éste la misma noche, y ardiendo en ira, reorganizó su ejército y comenzó la reconquista del Cañar talando, incendiando y destruyendo cuanto hallaba a su paso, dejando por todas partes, según expresión de Gómarra, montones de cadáveres, cuyos huesos permanecieron insepultos por muchos años”

(J. Avendaño.- Imagen del Ecuador, p. 215).

El fin no tardó en llegar. Atahualpa avanzó hacia el sur buscando encontrarse con el cuzqueño a quien halló junto al río Apurímac, no muy lejos de Cuzco. La batalla se generalizó en seguida, y se mantuvo feroz e indecisa durante dos días. En el primero la suerte pareció sonreírle a Huáscar, pero en la madrugada del segundo día -gracias a una hábil estratagema de sus generales- la victoria favoreció a Atahualpa.

Para evitar que Huáscar escapara, Calicuchima lo apresó arrancándolo de su litera, con lo cual cundió la desmo­ralización de sus tropas que huyeron en desbandada, trayendo como consecuencia la rendición de la población civil, que humildemente se sometió a la vo­luntad de Atahualpa.

La victoria de Quipaipán, el 14 de abril de 1532, convirtió a Atahualpa en el único soberano del Tahuantinsuyo.

Luego del triunfo al inca quiteño partió rumbo a Cajamarca con el propósito de celebrar la victoria y premiar a sus generales; quería, además, reponer su salud descansando en los afamados baños naturales de dicha ciudad.

Ya para entonces sabía que unos hombres blancos y barbados habían aparecido en sus dominios. Sabía por sus informantes que estos hombres eran poseedores de algunas ciencias que él no conocía pero que estaba seguro que -de conocerlas- le permitirían reorganizar y gobernar adecuadamente el Imperio.

Por esta razón, y recordando la profecía de Viracocha, en cuanto supo que estos habían llegado a Tumbes les envió unos emisarios para invitarlos a visitar Cajamarca con el propósito de entrevistarse con ellos. Es más, conociendo la lamentable situación física que vivían los españoles, enfermos la mayoría, sin ropas y famélicos por el hambre, se apresuró a enviarles los alimentos necesarios para su sustentación.

En Cajamarca, esperó a sus visitantes rodeado del esplendor propio de su condición de soberano, mientras en los campos cercanos, en ordenada ciudad campamento permanecían sus más de cuarenta mil guerreros, bravos vencedores de una docena de sangrientas batallas libradas durante la campaña en contra de los incas cuzqueños.

La llegada a Cajamarca -el 16 de noviembre de 1532- llenó de pánico a Pizarro y a sus hombres: ¿Que podían hacer contra estos cuarenta mil guerreros, “167 aventureros, extenuados hasta el agotamiento por efectos de una campaña excesivamente prolongada y víctimas de una crisis patológica de nervios; desprovistos de armaduras de acero y de yelmos para sus cabezas; equipados los de infantería con espadas ordinarias y apenas dos lentas escopetas de mecha; armados solo con lanzas los escasos soldados de caballería...”?

(Luís Andrade Reimers.- La Verdadera Historia de Atahualpa, p. 45).

Temerosos, en medio de la plaza, los españoles esperaron la llagada de Atahualpa, que entró en Cajamarca desarmado y acompañado de un numeroso séquito de sirvientes, mujeres, sacerdotes danzantes y músicos.

En un momento de terror y creyendo que eran guerreros en pie de lucha, uno de los españoles hizo un disparo de escopeta que estuvo a punto de abrir las puertas del infierno; pero Pizarro, comprendiendo que su única garantía era el soberano, corrió hacia él para protegerlo al tiempo que ordenaba a sus hombres detener el ataque.

Era Atahualpa un hombre de impresionante figura, bien apersonado, “…el rostro grande, hermoso y feroz; los ojos encarnizados en sangre; hablaba con mucha gravedad”

(Francisco de Jerez.- “Verdadera Relación de la Conquista…”).

Poco tiempo después y gracias a la mediación de un intérprete, Atahualpa pudo establecer una buena relación con Pizarro, que con el tiempo se convirtió casi en amistad; lo consideraba como un emisario de su rey, y como tal lo trataba.

“Para Atahualpa, aquel puñado de asustados y mal vestidos extranjeros, que el destino había arrojado hacia las playas del Tahuantinsuyo, representaban nada menos que los posibles instrumentos para reestructurar su Imperio, casi irremediablemente fraccionado por fallas en la ciencia de los números y casi totalmente aniquilado por el furor de las guerras religiosas y raciales”

(LuisAndrade Reimers.- La verdadera Historia de Atahualpa, p. 332).

Poco tiempo después, y al conocer que para ellos el oro tenía un gran valor, gracias a la mediación de Fray Vicente Valverde ofreció, voluntariamente, obsequiarle a su rey un cuarto lleno de ese preciado metal y de otros tesoros.

Ese obsequio no fue hecho a los conquistadores “sino al rey de España, y Francisco Pizarro así lo entendió desde el comienzo, por lo que ante sus hombres“el Gobernador había declarado pertenecer dichos tesoros a Vuestra Majestad”

(Raúl Porras Barrenechea.- Cartas del Perú, p. 194).

En los primeros meses de 1533, las abundantes cargas de oro y otros metales preciosos empezaron a acumularse en la habitación, despertando la codicia de todos los españoles. Fue entonces que Almagro -que había llegado a Cajamarca el 14 abril con un contingente de doscientos hombres bien armados y frescos-, empezó a planificar la forma de quedarse con todo ese oro.

Se urdió entonces la gran farsa de la conquista, resumida en la heroica lucha en Cajamarca para capturar al Inca, y el supuesto pago del rescate; pues de esta manera, ese oro, que era un obsequio de Atahualpa al soberano español, dejaría de ser tal cosa y se convertiría en el producto de su conquista, por lo que solo deberían pagar al rey el “quinto” que le correspondía.

Pocos días después y esgrimiendo el pretexto de que se había descubierto un complot en contra de los españoles, Pizarro y Almagro convencieron a Atahualpa de que ordene a sus soldados abandonar Cajamarca y volver a Quito.

Se empezaba a fraguar la traición.

Sin tener quien lo defienda, Atahualpa fue capturado y encerrado en una pequeña habitación donde se lo mantuvo encadenado e incomunicado mientras llegaban las cargas de oro.

Al convencerse de que la ausencia del monarca había desmoralizado y desarticulado al imperio, para poder eliminar “con justicia” al único testigo de su traición se fraguó en su contra un sainete con visos de juicio, en el que se lo acusó y juzgó por todos los delitos posibles: Idolatría, por adorar a varios dioses, aunque eso lo permitía su religión y sus creencias; Poligamia e incesto, porque tenía varias esposas incluyendo a su hermana, pero ésta era una costumbre y un privilegio muy exclusivo del Inca, pues no cualquier mujer tenía derecho de ser la esposa del soberano; y fratricidio, por haber ordenado la muerte de su hermano, aunque en este caso, Huáscar era un peligroso enemigo de él y del imperio.

“Cuando se hizo el silencio en la sala, el Fiscal manifestó que, en conformidad con las leyes del reino de Castilla, se había organizado el tribunal que debía juzgar a un reo acusado de traición, regicidio y usurpación de mando; disipación de caudales públicos, idolatría, incesto y poligamia...”

(Horacio Urteaga.- El Fin de un Imperio, p. 435, Lima 1935).

Ante estas acusaciones, el veredicto no podía ser otro que la sentencia de muerte y, en efecto, fue condenado a la hoguera.

A última hora y a insistencia de Fray Vicente Valverde -que durante su largo cautiverio lo había instruido en el conocimiento de Jesús- Atahualpa consintió ser bautizado en el rito católico (algunos historiadores dicen que con el nombre de Juan, otros sostienen que recibió el de Francisco y los últimos aseguran que el de Paulo) a condición de que se le cambie la muerte en la hoguera por la de garrote, pues de esta manera su cuerpo no sería destruido.

“Al caer la tarde del 26 de julio de 1533 se estranguló al infeliz inca, junto a un poste. Mientras los frailes recitaban las preces de los agonizantes, y los indios escuchaban “como borrachos” en los rincones de la plaza los estertores agónicos del hijo del Sol, quien se ocultó para siempre a los 35 años de edad.

Por varios días y hasta en apartadas regiones del imperio, tanto en Quito como en el Cuzco, se guardó luto por la muerte del Inca.

Los indios recorrían los campos llorándolo y pronunciando su nombre. Una mujer indígena de la parcialidad de los zarzas exclamó, al saber la noticia, la oración fúnebre máxima del inca y del imperio: Chaupi Pinchapi Tutayaca. “Anocheció en la Mitad del Día”

(E. Muñoz Borrero.- Entonces Fuimos España, p. 88).

La muerte de Atahualpa determinó en fin del Imperio de los Incas.

Posteriormente y luego de asistir al asesinato, fray Vicente Valverde informaría lo sucedido a S.M. Carlos V, quien exigiría “…al Cabildo de la ciudad de los Reyes o sea a Lima, la totalidad del tesoro entregado por Atahualpa en forma de donación directa a la Corona…”

(Ricardo Descalzi.- La Real Audiencia de Quito, Claustro de los Andes, Vol. Primero, p. 61).

(1) Pedro Cieza de León está reconocido como uno de los cronistas más acreditados de todos quienes escribieron sobre los primeros años de la conquista de esta parte de América. Estuvo en Quito al poco tiempo de su fundación española y obtuvo, de primera mano, toda la información que posteriormente consignaría en su célebre “Crónica del Perú”.  Su obra es mencionada y citada como información segura, y capítulos enteros de ella fueron copiados por Antonio de Herrera -Cronista Mayor de Indias- en sus también célebres y difundidas “Décadas”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Efrén Avilés

Efrén Avilés Pino, +35 años de estudios, investigación, recopilación y consulta de documentos, libros y archivos relacionados con la Historia y la Geografía del Ecuador; y la Biografía de sus personalidades más notables.

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